jueves, 24 de noviembre de 2011

Un caso interesante.


Hace unos días me encontré con esta curiosa noticia. Hoy me he decidido y la he puesto. Simplemente, para demostrar, que la humanidad no siempre es de un color negro, y que hay puntos blancos, aunque escasos, que reflejan la solidaridad y esperanza de una especie inteligente y a veces no muy sensata, que confunde el poder que tiene para hacer las cosas, con el ego absoluto.



En la habitación 1B de la tercera planta del Hospital Centro Médico Beth Israel en Manhattan se encontraba ingresada Harriet Chase.  Pero en realidad ese era un nombre falso que estaba siendo utilizando porHuguette Clark, una centenaria y excéntrica mujer con unas extrañas costumbres, que no quería  ser localizada ni reconocida por nadie.


Poco se sabía de esta multimillonaria que había decidido 'desaparecer' de la vida pública ocho décadas antes, teniendo lugar en 1930 su última aparición en sociedad. Durante sus años de reclusión en el hospital llegó a gastar la nada despreciable cifra de 170 millones de dólares.
Pero este dinero no se lo gastó sólo para sufragar los gastos médicos, sino que fue utilizado para comprar unas carísimas muñecas, dar propinas o pagar comisiones a intermediarios y alguna que otra donación.
Huguette Clark falleció el pasado 24 de mayo, pero tras de si quedó toda una enigmática leyenda de cómo vivió y gestionó su patrimonio durante los 80 años en los que no se le vio.
Lo tenía todo para ser inmensamente feliz y llevar una vida de ensueño. Siendo aún muy joven, con 19 años heredó una importante y multimillonaria fortuna tras el fallecimiento de su padre,William A. Clark, ex senador de los Estados Unidos e importante magnate conocido como'el rey del cobre'.
Huguette frecuentaba los actos que organizaba la alta sociedad neoyorquina, se codeaba con las personalidades más importantes de la época (entre ellos el multimillonario Rockefeller) y, en 1928, con 22 años, contrajo matrimonio con William MacDonald Gower, un joven y brillante abogado que procedía de una humilde familia y del que se separaría tras unos pocos meses de vida conyugal.
El 11 de agosto de 1930 viajó a Reno (Nevada) para obtener el divorcio rápidamente. Ese mismo día se tomó la que fue su última fotografía, la cual hizo llegar a los medios de comunicación con el anuncio de la disolución de su matrimonio. Tras esto, recuperó su apellido de soltera y se retiró a vivir en su magnífico apartamento de 42 habitaciones situado  en pleno corazón de Manhattan, (en la Quinta Avenida de  con la calle 72 este) con unas esplendidas y privilegiadas vistas sobre Central Park. Allí  vivió recluida junto a su madre, que falleció en 1963, durante las siguientes cinco décadas.
Cuando contaba con 82 años, en 1988, Huguette Clark se mudó de su apartamento y vivió el resto de su vida, voluntariamente, en tres hospitales diferentes de la ciudad (entre ellos el Centro Médico Mount Sinai y el mencionado Centro Médico Beth Israel).

Anuncio en prensa del compromiso matrimonial de Huguette Clark en 1928 (MSNBC)
Pero en 2010, la apacible vida de Huguette Clark volvería a aparecer en la prensa. Sus sobrinos (futuros herederos de la fortuna) habían interpuesto una denuncia en el juzgado ante la malversación de una gran cantidad de dinero por parte de su tía y sus representantes legales.
La cadena de televisión MSNBC se hizo eco de la noticia y los medios de comunicación empezaron a indagar qué había pasado con la vida y el dinero de esta misteriosa mujer.
El abogado de Huguette, Wallace Bock fue señalado como principal responsable de un gasto de 170 millones de dólares en los últimos años. Aproximadamente 43 millones habían sido desviados a una cuenta de Bock, según él para cubrir gastos propios.
Pero ese no fue el único gasto extraño que descubrió la fiscalía: entre los años 1997 y 2006 se habían adquirido varias muñecas en la prestigiosa juguetería parisina "Au Nain Bleu", la cantidad pagada por ellas fue de 2 millones y medio.
La enfermera privada de Huguette Clark recibió un pago en forma de 'propina' de 5 millones de dólares. Y la cuenta de la estancia en el hospital desde 1997 ascendió a 4,9 millones (1.000 dólares por día). El salario de la secretaria personal, Suzanne Pierre, fue de 12 millones.
También se encontraron varias donaciones a organizaciones benéficas de Israel y Cisjordania por varios millones, así como el mantenimiento de sus múltiples propiedades (entre ellos el apartamento de 42 habitaciones), que, a pesar de estar deshabitados en los últimos 20 años, habían generado unos gastos millonarios.

Plano del apartamento con 42 habitaciones (MSNBC)
Sea como fuere, la vida de la extraña y excéntrica Huguette Clark durante las últimas ocho décadas será todo un misterio gracias al hermetismo con el que protegió su intimidad y su forma de vivir, para ello tuvo que utilizar una importante parte de la herencia de 500 millones que recibió allá por los años 20.

martes, 22 de noviembre de 2011

Síntesis sobre una especie de biografía fingida, que refleja cómo era una misma época, desde diferentes puntos de vista.


Nuestra profesora de Historia, nos pidió realizar una síntesis, manifestando desde distintos puntos de vista, cómo era la sociedad que sufrió la Revolución Industrial que atiende al período de (1750-1850) más o menos. Se trata de una`` biografía fingida´´, en la que los protagonistas estuviesen presentes durante esa época en concreto:






A
ún me acuerdo de cuándo mi padre me sentó en este mismo banco y me confesó seriamente, que yo mismo, en un futuro no muy lejano, me volvería a sentar en este lugar y me acordaría de sus palabras. Mi familia vivía en Gales, concretamente al sur, cerca del canal de Bristol. Yo nací al poco de que ellos se casaran, al menos el ponerme un nombre no les costaba gasto alguno, por lo que me pusieron Walter, Walter Williams concretamente.  Mis padres vivían de las fábricas allí construidas. Llegaban muy temprano, y salían demasiado tarde. Las fábricas tenían unas condiciones poco higiénicas y repugnantes, y a mucho menos de un paso, tenías otra pobre inocente persona como tú, al igual que esa tenía a otra, en general, si te resonaban las tripas muy despacito, el de al lado, podía oírlo. Mi madre siempre recriminaba el que un hombre tuviese que ganar más que una mujer El obrero no era más que un agente de producción, indistinguible de los agentes mecánicos. El trabajo de mis padres nunca era suficiente para el fabricante, ya se podían haber estado una semana, día y noche, trabajando, que ni si quiera les diría un ``estoy contento con vuestro trabajo´´. Esa frase era algo radícula e impensable para la época, que desgraciadamente les tocó a vivir a mis padres y en parte a mí.



Pero los Williams hemos sido muy trabajadores en muchas generaciones. Mi abuelo, por ejemplo, trabajó de artesano en la ciudad. Por esos tiempos, la habilidad, personalidad  y la originalidad a la hora de hacer los productos era lo que más se buscaba y para ello mi abuelo tuvo que trabajar durante muchos años hasta lograr ser el maestro artesano, papel que consolidó a lo largo del tiempo, y se protagonizó por los productos que fabricaba, los mejores  de la ciudad, la ciudad de entonces.  Mi abuela había vivido en el campo, donde su familia trabajaba para lo que comúnmente se llamaba, trabajo a domicilio en sus antiquísimas pero comodísimas casas. Ella ayudaba a su madre a tejer y a hilar, una costumbre que había sido implantada generación tras generación sobre los miembros de la familia, al igual que los instrumentos que se utilizaba. Compaginaban de algún modo lo que implicaba vivir en el campo, el trabajo que suponía mantener todo aquello, y el hecho de hacer las tareas domésticas y a tender a la familia en sí.  Este trabajo permitía hacer todo aquello, ya que estaba exento de horarios fijos (se ponían a trabajar cuando quisiesen y lo dejaban cuando les placía) y malos tratos tanto físicos como morales por parte del fabricante. Les pagaban a tanto la pieza, ya que el horario utilizado para la fabricación de la misma se desconocía. De todas formas, suponía un ingreso extra para la familia, por lo que supongo que mi abuela tuvo que ayudar plácidamente a sus padres en esta tarea. El aumento de la producción agraria exigió cambios tecnológicos e institucionales, por eso durante esa época sus padres introdujeron nuevos sistemas de rotación de cultivos lo que hizo posible la plantación de tubérculos como la patata, alimento indispensable y económico que al menos podían obtener y comer.


Mi tía Allie, trabajó de sirvienta en una casa de auténticos burgueses, en la que se quedó durante bastante tiempo. Lo de auténtico lo digo porque esa casa parecía ser de otro mundo, era una casa desmesuradamente grande, y con una decoración abundante. Lógicamente se situaba en un genuino barrio burgués.  La gente allí presente, paseaba con sus voluminosos trajes, que destacaban notablemente contra mi camiseta y pantalón de talla pequeña, llena de mugre, en la que destacaban manchas de barro, con unos zapatos, llenos de pequeños y medianos orificios. Las calles anchas y muy largas de unos extremos hacia otros, estaban debidamente pavimentadas y enlosadas. Me acuerdo de la sensación de auténtica limpieza cuando iba por esas calles en tiempo de lluvia y no me manchaba de barro, era una maravilla. Cuando podía, iba a verla, y ella me lo agradecía con un beso en la frente y un pastel que sigilosamente y que sin que los dueños se enterasen, cogía de la amplia cocina, para mí y mis padres. Me encantaban esos pasteles de arándanos que mi familia nunca llegaría ni a poder cocinar y en muchas ocasiones, ni a poder olfatear. La casa tenía amplias habitaciones con unos techos muy elevados. Las casas de mis amigos tenían unos techos muy bajos, y la habitación de mi amigo Billy, en la guardilla, no tenía espacio para más de dos cabezas altas. La casa a la que mi tía Allie servía, tenía cuadros de pintores destacados (según ella, que había oído hablar a los dueños sobre aquel tema) por todas las paredes. Espejos enormes con monturas de madera con relieves y muebles preciosos, únicos e increíbles, al igual que su inconcebible precio. Tenían hasta un sala de música…¡cuántas veces he querido tocar y sentir las suaves y monótonas notas que se conseguía con un piano en condiciones como aquel!. Había una gran claridad gracias a los ventanales acristalados y balcones que daban al exterior, señal de que en esas casas vivían gente con riqueza. A demás, tenían un maravilloso y amplio baño particular, sonaba increíble… Era un sueño el poder levantarte de madrugada y depositar tus necesidades sin el requisito de tener que ir hasta el final de la calle, situación de la que cuándo era muy pequeño, a veces ni llegaba a tiempo, y las necesidades fluían antes de ir al mar a depositarlas.  En fiestas más o menos importantes, como la navidad, mi tía nos daba lo que sobraba de los grandes banquetes que sus dueños realizaban y celebraban junto a amigos y familiares, cenando grandes platos de ricos alimentos típicos de la navidad, y que ellos sí podían permitirse comer.  Mi casa y las casas de la gente de mi condición era el ejemplo contrario a lo dicho anteriormente. La oscuridad de todos los sentidos era la protagonista de la mayoría de las veladas. Mis vecinos trabajaban en la siderurgia. Muchas veces había mucha gente reunida por los alrededores de la casa por motivo de que Lloyd, el padre de familia, sufría constantemente accidentes en la fábrica debido a la poca seguridad allí presente. Un día venía con quemaduras leves, pero otros días, llegaba a casa con grandes manchas, debido al desprendimiento de la piel al quemarse, y muerto de dolor. La mayoría de los días nos reuníamos con ellos para comer. En grupo, compartíamos la poca comida que podían mis padres comprar con el escaso salario que conseguían. Un buen cazo con patatas, agua, y de vez en cuando y en muy pocas ocasiones, acompañados de algunos trozos de tocino, pero sería algo muy poco casual, el acompañarlo con trozos de carne. A veces, cesábamos de comer para hablar o para beber, luego reanudábamos la acción.  Muchas veces alguno de nosotros caía enfermo por la comida que estaba o en mal estado, o como se solía decir, adulterada. Por esa época no sabía muy bien que era aquello y creo que mis padres tampoco, por lo que se lo atribuíamos a la mala calidad de la comida o simplemente a que nos había sentado mal y punto.


Alrededor de 1861, comencé mi primer día de trabajo en la misma fábrica que mis padres. El sonido era angustioso, y el ambiente no era el más propicio Muchos de los padres de mis amigos de entonces, querían que sus hijos fueran a trabajar, ya que suponía la oportunidad de que llegase a casa un nuevo salario y así incrementar el dinero que entraba a casa. Mis padres no eran así.  Por mucha necesidad que pasábamos, el que yo fuera a trabajar les abría una brecha de dolor en su corazón, por eso creo que fue el motivo de que, mis padres no tuvieron más hijos, algo muy poco casual para la época, ya que nuestros vecinos tuvieron nada más y nada menos que siete hijos, todos amigas y amigos míos.  Al menos era en lo único en que los pobres ganábamos a los ricos, en números de hijos. Aunque creo que éstos últimos eran más inteligentes. El trabajo injusto que realizaban los niños a edades tempranas, y mujeres, llegando a trabajar incluso estando embarazadas, era el protagonista de la época. En aquella época no se podía pensar con el corazón, por lo que no tenía más remedio que ir a trabajar. Aquel trabajo era simple, me tenía que introducir por debajo de las máquinas y limpiar los restos de hilo que caían al unísono. Mi mentalidad de seis años no me decía que aquello era peligroso, por lo que lo tomaba como un simple juego, y me conformaba saber que mis padres estaban casi todo el día cerca de mí.  Muchos de mis compañeros que hacían la misma tarea que yo, tenían constantemente accidentes, y conforme iba creciendo en cuerpo y mente, mi mentalidad me empezaba a advertir de que podía acabar como ellos. Conforme pasaron los años fueron muchos los que perdieron la vida, y yo perdí muchas amistades.


Sobre el año 1871, mi tía Allie decidió dejar de trabajar como sirvienta y buscar un lugar en el que pudiera vivir alrededor de gente igual a ella, o una sociedad en la que reyes absolutistas no les ahogara en todos los sentidos, un lugar en el que tener su propia casa. Buscar un sitio en el que la vida estuviese, al menos, un poco mejor.  Partió en un barco, rumbo al nuevo mundo. Allí prometían la ausencia de un servicio militar obligatorio (algo que a ella le era indiferente, por lo que era mujer. Al menos las mujeres, tenían, aunque fuese escaso, algo bueno a favor de ellas, en aquella sociedad). Prometían no tener impuestos opresivos y no poner nudos ni mazmorras. Mi padre se sintió triste por la ida de su hermana, con la que tenía muy buena relación y unos muy buenos lazos afectivos, al igual que con mi madre y conmigo.


Con mis dieciocho años recién cumplidos, me enamoré por primera vez, de Rebecca Square. Una amiga desde la infancia. Ese sentimiento ya lo había experimentado con mis padres, pero nunca en aquel sentido. Lo que más me llamaba la atención de él, fue que era algo gratuito y que no costaba más que dos miradas y hechos a favor de tu pareja. Al fin y al cabo era lo que nos mantenía vivos en aquella sociedad injusta e ilógica. Me acordé de cuando iba a casa de los dueños de mi tía a escondidas, y veía como el hijo de aquella familia, muy diferente a mí en todas las condiciones, recibía muchas cosas a las que yo no podía acceder, como a una educación. Muchas personas de las que había a mi alrededor no podía ni leer el acta de fallecimiento de sus respectivas parejas por las epidemias como la lepra, por que no sabían. Ni si quiera escribir sus pensamientos, en un diario, como vi yo aquella vez, a la hija de la familia de los burgueses Burns, mientras mi tía me preparaba el pastel de arándanos para llevármelo, representar sus pensamientos en una hoja. Pensamientos privados, que solo eran conocidos por el papel, la pluma y la mente de aquella niña. Fue entonces cuando de mi interior se relevó un sentimiento antes desconocido. Un sentimiento de justicia y reivindicación que nunca había sentido anteriormente. Ese sentimiento se despertó en mí y en muchas otras personas. 

 Sobre el 1886, yo y muchas personas más hicimos la conocida como huelga.  Dejábamos de trabajar para conseguir algunas mejoras laborales. La hacíamos todos, era obligatoria pues solo la unión de mucha gente, de una sociedad al conjunto, solo en ese momento, la unión hacia la fuerza. Los que no iban al evento los denominábamos esquiroles, pues muchas veces por esa gente no conseguíamos lo que pedíamos. Estas huelgas hicieron que aparecieran las primeras, aunque escasas leyes protectoras de nuestros derechos. Yo pertenecía a la asociación del mutuo socorro, establecida en Cardiff. Aunque tenía que pagar una serie de cuotas, valían la pena, ya que te reforzaban y ayudaban en caso de algún accidente laboral, o si me quedaba en paro.


Por las calles se oían himnos de las AIT, y las National Union of Women's Suffrage Societies (NUWSS),  la unión nacional de Sociedades por el Sufragio de las Mujeres ,la cual, consiguió derechos en educación y trabajo, llegando a equipararse incluso a los derechos que nosotros, los hombres, teníamos. 


Conseguimos que los obreros tuviésemos derecho al voto. Un derecho concedido por el cobarde parlamento burgués, quien votó aquella decisión por miedo a una revolución obrera. Mi fiel amigo Billy me convenció para que perteneciera al sindicato Trade Unions presente en mi país durante esos tiempos. Defendían mis derechos y mis condiciones laborales, algo muy importante para mí.

Ahora estoy junto a ti  William Williams, eres mi hijo y en ti está el peso de la responsabilidad de seguir con lo que yo y mucha gente comenzamos. De seguir luchando por nuestros derechos, aquellos derechos que siempre debimos de tener y que eran invisibles hacia los ojos de los que gobernaban, pero visibles ante los nuestros desde el interior. Ahora es tu turno William, con esto, con lo que hemos y seguiremos haciendo, haremos historia. La historia nos incumbe y nos pertenece a todos, al fin y al cabo es la historia de nuestras obras, la historia de los nuestros, nuestra historia.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Redacción sobre la inadmisible posibilidad,por parte mía, de que pudiese existir un mundo sin libros.

Hace varios días, vimos la encantadora película  Farenheit 451. Nuestro profesor, nos pidó que hiciésemos una redacción sobre la misma, comentando la posibilidad de que pudiera existir una sociedad sin libros. La mía es la siguiente, con algunas correcciones:


¿Quién dice que no se pueden vivir tres vidas a la vez? Es obvio que solo se vive la propia y como mucho se conoce la de los otros, pero nunca nos llegamos a incluir del todo en ellas. otras veces de esas vidas paralelas, ya sean las de nuestros amigos, o la de los amigos de nuestros amigos o incluso las vidas de los personajes famosos que vemos por la televisión (y de los que a veces se les paga por conocer sus vidas tanto privadas como profesionales), no se llega a formar parte de ellas físicamente, pero sí que nos rozan nuestra ``burbuja´´ de vida e incluso se fusionan, llegándonos a repercutir en el transcurso de la propia. Pero yo puedo confesar que vivo tres vidas, que formo parte de tres burbujas que de algún modo están fusionadas, juntas, inexorables y en cada una de ellas se puede discernir un amplio lago de diferencias.

En una de ellas me transporto a Barcelona, concretamente a la Barcelona del siglo XIX. Me encanta como es la ciudad, sobre todo cuando mi fiel amigo Dani, protagonista de maravillosas aventuras, me guía por las calles y las ramblas de la misma y me cuenta tanto sus nuevas, como los peligros que ha tenido que pasar por ellas. Siempre preocupado por averiguar algo sobre el paradero de un tal Julián Carax, del que no sabe nada, y al quien necesita como árbol que precisa agua, y como al amado que requiere la presencia de su correspondida. También me cuenta sus noviazgos, la mujer que ama, Clara, de la que no puede evadirse de las sombras eternas, deslumbrada, y de la que tan solo se le podrán abrir las ventanas y puertas de la vida, con el descanso eterno. Aunque también tenemos a Penélope, la musa inspiradora de sus largas historias, tanto sinceras como morbosas. Son tantos los sentimientos que juzgamos y compartimos, que me hace sentir co-protagonista de su historia y lo considero como un más de mi familia, al igual que él me considera un ídem, del que en ocasiones, parece como si fuésemos gemelos idénticos e imposibles de discernir alguna característica, ya sea interior como exteriormente.

En mi segunda vida, cada año comienzo un nuevo curso, pero un curso totalmente diferente del que practico normalmente, como en la forma de ir hasta él. Me subo al tren de la estación nueve y tres cuartos, situada en Londres. La única forma de llegar hasta ella, es adentrándote a través de un muro de piedra añeja y de color cobrizo. Es idéntica a una simple estación de la que transitan diversos trenes, pero en esta, completamente distinta a las demás, solo se puede apreciar un tren, un expreso a vapor, el único expreso que conduce a Hogwarts, el colegio de magia y hechicería por excelencia. Parece alucinante, pero gracias a J.K. Rowling, todos los años comienzo un nuevo curso, en una escuela increíble y única. ¿Mis acompañantes?, nada menos que Harry Potter y su adorable amiga Hermione, de la que enormes sentimientos atraviesan mi mente, cuerpo y alma cuando la contemplo, y su fiel amigo Ron , del que junto a Harry y Hermione, todos los años aprendo el transcendental, solemne valor, que la amistad infunde en nosotros, de la que salva en momentos críticos como cuando Harry se enfrenta en cuerpo y mente contra Lord Voldemort, su fatal enemigo. De la fidelidad que Dumbledore, director de Hogwarts, nos transmite en todo momento. Y del valor de la perseverancia que transfiere McGonagall, la jefa de estudios mágica, que a la luz de la luna, cambia su aparencia por la de un felino. Y de la sinceridad y magnífica forma de ser de Rowling, quien en sus libros nos confiesa que la vida adolescente, por estar armado de una varita mágica, no cambia las dificultades que como ellos dirían, un muggle, una persona normal, un adolescente común, tiene que superar.

La tercera vida es la mía, la que suelo vivir con más plenitud y de la que nunca me podré despegar por muy buena o mala que sea. ¿Se podría vivir sin libros? Se podría, pero me privarían de mis dos burbujas, una a cada lado de la burbuja central, mi propia vida. Gracias a ellos he podido viajar sin dinero alguno, incluso viajar en el tiempo, desplazarme cronológica y geográficamente por el mundo y he movido a mi antojo, las agujas del reloj de la mente. Me he sentido como pájaro en liberta. He volado por miles de aventuras, recuerdos felices y amargos, vivencias únicas y que merecen ser leídas, vivídas. He averiguado quien era Julián Carax, el misterioso individuo que se manifestaba en todos los pasajes de la existencia de Dani. He captado las fragancias primaverales, el frío londinense y el plácido tiempo estival, asomándome desde la ventana de la torre de Gryffindor, en el castillo de Hogwarts desde donde divisaba más allá del horizonte. He vivido vidas completamente diferentes a las que suelo vivir y que en ocasiones están fuera de mis expectativas o mis alcances en todos lo sentidos, pero a veces, se parecían tanto, que se juntaban entre ellas y era como una sola. Dani tenía a su padre y su amigo Fermín quienes le instruían y le ayudaban a a atravesar el camino hacia lo correcto o apropiado. Harry tenía a sus amigos y sus profesores mágicos pero igual como nosotros en persona ya que les educaba e instruía al igual que nuestros profesores hacen sobre nosotros, como McGonagall, jefa de estudios de Hogwarts y quien ayudaba plácidamente a Harry y a sus amigos en lo que pidiesen y requerían. Y nosotros tenemos al jefe de estudios del instituto de nuestra vida y al que pertenecemos, José luis. Él al igual que McGonagall, aunque no tenga magia en el sentido explícito de la palabra, tiene otro tipo de magia. La magia de enseñarme a mí y a mis compañeros el viaje hasta lo inimaginable e inexplorado, hacia lo inexorable en unos momentos, y tan amplio como dos puertas abiertas, en otros. La magia de poder instruirnos para que la próxima que cojamos el tren hacia un nuevo mundo, entendamos todo lo que nos intenta transmitir el capataz, el presidente, el autor de cada uno de los rincones del mismo. Él nos ha cedido la oportunidad, de conocer que puede existir una sociedad, sin esos mundos, sin esas viviendas, recuerdos, aventuras, tristezas, alegrías, misterios, dudas, amores, sentimientos...etc. que una persona intenta transmitirme mediante el más potente y vigoroso de los poderes, el poder de la palabra, que puede quitar una vida y dar otra.
 ¿ Podría existir un mundo sin ese poder, seríamos capaces, seríamos aptos?








martes, 1 de noviembre de 2011

El día de los santos difuntos...

Hoy he visitado un lugar de descanso eterno. Visperas de tradiciones de flores, de adecentar tumbas, nichos, lugares en los que nuestro más cercanos y seres queridos descansan, duermen eternamente, han cerrado los ojos de la cruel vida de hoy día, y los han abierto hacia otro lugar forastero, del que muy pronto  nosotros seremos nuevos habitantes. Flores de todos los colores, para distintas personalidades y fuentes de sentimientos, con almas propias. Normalmente suele hacer buen día, sol abrasador poco común para estas fechas, aunque en algunas ocasiones, los rechas de vientos van a mi favor. Otras veces llueve, caen gotas, las lágrimas de los que ya no pueden llorar o de los que están aquí y lo hacen hacia su interior. Sensaciones, penas, similitudes y por qué no...a veces satisfacción de ver que personas de todas las partes de mi ilustre ciudad Alicante, han ido a visitar a sus consanguíneos, para rendirles respeto y amor mutuo y perpetuo. Yo no he sido la excepción que confirma la regla, y me he aventurado a visitar a mis familiares, como todos los años. 

Después de varios recorridos por todas las calles diagonales, verticales y horizontales de todo el camposanto, mis piernas, ya débiles, no podían más. Mi abuela, a pesar de la ya avanzada edad que contiene, aunque tenía que ir lentamente, puede parecer increíble, pero le aseguro que aguantaba más que yo. Los huesos de antaño, eran los mejores hechos por el artesano... Al lado de la iglesia, en los amplios jardines de césped esmeralda, se encontraban distintos sepulcros, tumbas que se fusionaban con el ágil césped. La curiosidad pudo conmigo y me acerqué a desenredar mi duda. Sorprendentemente me pude dar cuenta de que allí, estaban los restos de las celebridades más ilustres de mi ciudad, como Gabriel Miró, gran escritor y también Francisco Figueras Pacheco,   hombre de letras español y cronista de mi ciudad Alicante, y al que mi instituto le rindió un homenaje colocando su nombre representativo. La tristeza me invadió por ver a personalidades tan importantes para nuestra ciudad en ese lugar, pero a la vez, entusiasmo por darme cuenta, de que mi gran ciudad, Alicante, ha albergado grandes mentes, corazones, que han hecho que amemos cada vez más la literatura, la vida.

El monte de las ánimas...

El monte de las ánimas [Leyenda soriana] Gustavo Adolfo Bécquer
     La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.     Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
     Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
     Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
     -Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
     -¡Tan pronto!
     -A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
     -¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
     -No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
     Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
     Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
     -Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
     Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
     Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
     Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
     La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
     Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
     Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
     Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
     Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
     -Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
     Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
     -Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
     -No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
     El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
     -Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
     Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
     Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
     Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
     -Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
     -¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
     -¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
     -Sí.
     -Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
     -¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
     -No sé.... en el monte acaso.
     -¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!
     Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
     -Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
     Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
     -¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
     Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
     -Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
     -¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
     A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
     Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
     Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
     -¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
     Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
     Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
     -Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
     Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
     Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
     Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
     -¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
     Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
     El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
     Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
     Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
     Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.