lunes, 9 de abril de 2012

¡Yo creo en las hadas!

Ayer descubrí el país de Nunca Jamás, un mundo donde la moralidad es ambivalente. Antes no habría pensado que podías acostarte con sentimientos diferentes a los comunes que suele habitar un cuerpo. Pero se produjo un cambio, cuando pude contemplar la película Descubriendo Nunca Jamás. Un film completo de núcleos, que colman un vaso lleno de sentimientos. En esta película, ambientada en la primera década del siglo XX, encontramos al autor de Peter Pan, James Matthew Barrie. La realidad, es algo diferente a la historia que se relata  en la película, pero más o menos, nos explica que este autor se inspiró, como la mayoria de los literatos, en una musa que le servía de fuente de inspiración. En la realidad, esa musa fue representada por una niña que fallece desgraciadamente, con tan solo cinco años de edad, Margaret Henley, quien llamaba a Barrie, el autor de Peter Pan, 'Friendy', pero no podía pronunciar bien las erres de manera que le salía algo así como 'Fwendy'. Y la familia Llewelyn Davies. En el film, solo sale la relación del autor con esta familia. Una familia monoparental, en la cual, una madre coraje, Sylvia, interpretada por Kate Winslet, está al cargo de cuatro hijos. Estos hijos son diferentes en personalidad, y cabría resaltar uno de ellos, Peter.
Barrie, así es como se solía mentar al autor de Peter Pan, es representado por Jhonny Deep. Tanto en la realidad, como en la película, él estaba casado con una actriz, Mary Ansell. Era un matrimonio sin sexo e hijos. A eso, le podemos añadir el que Barrie, llamado Jimmy por la familia Davies, estuviese todo el tiempo en casa y en companía de los Davies. Y es que el roce hace el cariño, produciéndo que Barrie y Sylvia mantuviésen una amistad y afecto mutuo, especiales. Dando como resultado el temprano divorcio entre el autor y su mujer. La cual, ya había comenzado otra relación con un hombre de cargo relevante. De todas formas, esa roptura concluye, en la película, como que Mary le explica a Barrie, que esa familia le necesitaba, y que su papel en la vida tendría más jugo y fuerza con ellos.  
Pues el novelista y dramaturgo consigue implantar una felicidad infinita en esta familia. Él actua como padre, en una familia que carece de un papel paterno. Se llega a mantener una relación simbiótica, recíproca e inseparable.



Sylvia y Barrie, contemplando la obra casera de Peter, en el jardín de la casa de campo del dramaturgo.




Peter, el niño que resalté al principio, tiene un toque especial. Él quiere llegar a ser como Barrie y escribir obras repletas de imaginación y sensibilidad. En una parte de la película, Peter escribe una de sus primeras mini-obras, y la representa en la casa de campo de Barrie, el cual les invita a pasar unos días allí. Todos ilusionados quieren ver la obra, pero es interrumpida por una momentánea sucesión de tos, producida por la enfermedad que sufre Sylvia. Ella intenta justificarse con un simpe catarro de pecho, olvidándose de la cruda realidad que ella intenta no destapar a los demás. Aunque no se detalle con exactitud, que tipo de enfermedad padece, se puede intuir que es algo más que un simple catarro. Peter, niño en cuerpo, y adulto en mente, está harto de que le mientan como siempre, según él, mienten a los niños para que no formen parte del sufrimiento. Lleno de rabia, destruye el decorado casero de la obra, que había realizado en la parte trasera del jardín, para demostrar de algún modo, que no es un niño, y que aún siéndolo, no quiere que le justifiquen falsos comentarios, relacionados con la compleja enfermedad que padece su madre.
Barrie intenta convencer a Sylvia de que se realice una serie de pruebas en el hospital. Ella, en un principio no quiere, puesto que sabe lo que padece en realidad. Al final accede, y los médicos, una vez realizadas las pruebas, no pueden dar un diagnóstico claro, sobre lo que tiene. Al final, presumen de qué puede tratarse, recetándole una serie de medicamentos. Sylvia había acordado hacerse las pruebas y a aceptar cualquier tipo de consejo en cuanto a qué medicamentos había de tomarse, con una única objección, y es que no quería saber para que eran y qué era lo que curaban esos medicamentos.

Parte de la obra de Berrie. En esta escena, los protagonistas vuelan.
Esto se consigue gracias a unas cuerdas que lo sujetaban, pero
que a pesar de ser bastantes visibles, eran, paradójicamente, invisibles
ante los ojos de las criaturas que habían ido a visitor la obra, consiguiéndo
que ese efecto mágico, volase por toda la sala, hacienda invisible, la
visible cuerda, para todos los presents allí.
A partir de ese momento, la película relata como Sylvia toma reposo en su casa, intentándo mejorar y como Barrie está a punto de estrenar la obra que habíá estado preparando a lo largo de varios meses. Cuando por fín llega el día del estreno de la esperada obra, representada en uno de los teatros de Londres, el 27 de diciembre de 1904 exactamente, Sylvia y sus hijos se están preparando para asistir al evento, cuando la madre coraje de los pobres chicos, vuelve a empeorar, haciendole imposible asistir a la obra. Aún así, pide con ánsias a su hijo Peter, que vaya a contemplar la obra, y que cuando volviése, le relatase todo con detalle. El hijo, contestando que aquello era un simple obra, y que tenía que estar al lado de ella, de su madre, al final es convencido  y asiste al estreno.




Sylvia, enferma, sin poder asistir a la obra, descansa.




Mientras, en el teatro, con toda la aritocrácia de Londres ya preparada para ver la obra,  faltaban veinticinco asientos por ocupar. Esos asientos habían sido reservados por Barrie, para que los ocupase una serie de niños y niñas de un orfanato cercano al teatro. El dueño del teatro, amigo de Barrie, le había advertido de que su obra no iba a tener éxito y de que le arruinaría, pues Barrie no escatimó en gastos, y los decorados únicos, especiales y exageradamente costosos, invadían toda la obra, embelleciéndola, aún más.
El papel de esos niños, durante toda la obra, era el de hacer reir a los adultos y serios ricos. Las risas angelicales de aquellas criaturas, producían que en todo momento, la sala estuviese rica de sonrisas y carcajadas, consiguiéndo que los adultos abriésen los ojos y dejasen atrás los problemas, eliminándolos al salir de la puerta del teatro y dándo un rotundo éxito a la obra. Las felicitaciones, por parte del público a Barrie no era pocas y todo el mundo estaba feliz de haber visto tan maravillosa obra.




La familia Davies y Barrie, contemplando la obra que él había creado y transportada a casa de Sylvia
para que la pudiese contemplar. En esta escena, uno de los protagonistas de la obra, les pide que si
verdaderamente creen en las hadas, aplaudan todo lo que puedan, pues así demostrarán que creen en
ellas y se salvarán.




Toda esta película está llena de magia, culminando el hechizo final en la casa de Sylvia, pues Barrie hace llevar toda la obra a su casa.
Ella, alegre y efusiva, disfruta contemplando la obra magistral de Barrie y su toque humilde y afectivo. Junto con sus hijos y su madre, se introduce en un viaje ansiado por ella hacía mucho tiempo.



La familia Davies, y Barrie, contemplando Nunca Jamás, situado en el jardín de la casa de la familia Davies.




Sylvia, entrando en el país de Nunca Jamás.
Ese viaje, que utiliza como medio de transporte, la imaginación, les transporta al país de Nunca Jamás. En este país abundaban las aventuras, los peligros y las cosas peculiares como las sirenas y las hadas. Emocionaría a cualquier persona, el ver como esta madre, consigue un sueño de niños, realizado finalmente para los adultos. Al final ella desaparece entre aquel mundo lleno de sueños, simulando estar entrando al cielo. Sigue siendo su jardín trasero, pero totalmente transformado, gracias a la imaginación. Pues de algún modo, Nunca jamás, descrita como  'ostensiblemente un entretenimiento vacacional para niños pero en realidad una obra para personas adultas' por  George Bernard Shaw representa el mundo que todos vivimos periódicamente, y el mundo que está por venir, cuando cerramos los ojosy descansamos al fín, pero con un toque de imaginación, eso, que los adultos pierden cuando crecen y dejan de creer en las hadas.



Gracias a la imaginación, podemos conseguir jugar a los piratas,
como lo están hacienda los protagonistas, y cambiar el espacio de nuestra
aventura, pudiéndo transportarla hasta lo que en la imágen de abajo podemos contemplar,
el efecto de la imaginación, en acción.





Al fin y al cabo, la vida vuela, y es necesario vivirla con imaginación, para poder disfrutarla al máximo. Pues las personas se van, quedándo solamente los objetos que antes nosotros utilizábamos, y que otros, los que nacen, utilizarán de nuevo.
Además, podemos observar en una de las escenas finales de la película, como con creer, podemos ver hasta aquellas personas que un día nos dejaron. En las escena final de película, cuando Sylvia ya ha fallecido, y ha estipulado en su testamento  que sus hijos estarán a cargo de su abuela y Barrie, él  y Peter matienen una conversación, concluyéndo que si Peter quería ver a su madre, simplemente tenía que intentarlo, pues siempre estaría ahí con él, estaría presente en todo lo que ella tocó, manipuló e interactuó y que si él se esforzaba en creer y ver, la podría contemplar, siempre que él quisiera:

Barrie: ''Cuando pienso en tu madre, siempre recordaré lo feliz que estaba, sentada en el salón, viéndo una obra sobre su familia, sobre sus hijos, que nunca crecieron, se fué al país de nunca jamás, y puedes visitarla, ¡siempre que quieras!, si tú mismo viajas hasta allí''

Peter: ''¿Cómo?''

Barrie: ''Creyendo que existe Peter, solo hay que creer''

Peter: ''Ya la veo''
Para mí, este film perdurará, al igual que la obra Peter Pan de James Matthew Barrie, quien nació como niño, creció como adulto, y falleció, de nuevo, como un niño.
Os dejo un vídeo, con una de las escenas más bonitas de la película y la cual, es la que más me gusta. Espero que lo veáis entero, os encantará, os lo aseguro.
Y, sobre todo, ¡creer, creer en las hadas, creer en todo lo que os rodea, creer en vosotros mismos y creer en el mundo!.



En este vídeo, podéis observar cómo Barrie, trae la obra a casa de Sylvia, para representarla allí. Al final, el jardín de la casa, se convierte en el país de Nunca Jamás, y podréis ver cómo las hadas, los duendes y todo lo maravilloso convive en harmonía. Pero, eso sí, dentro de nuestra imaginación, ya que como podemos observar, cuando Sylvia accede al jardín, todo cambia, dando a demostrar el verdadero jardín, con menos objetos y menos ornamentado que anteriormente, dando a la luz, el inmenso poder de la imaginación.



jueves, 5 de abril de 2012

Confesión al amanecer


¿Habéis conocido alguna vez la pureza en alguna persona?. Puedo decir que he sido afortunado a lo largo de estos años, por haber conocido como un humano puede ser más radiante que el sol. Más puro que el agua cristalina de una cueva neolítica y derrochar felicidad, en cada momento, sin preocuparse de que se pueda acabar. Ella, mi mujer, ha sido mi alma gemela, una nube blanca y esponjosa que ha sido arrastrada por el viento más digno. Hoy, doy gracias a esa corriente que me arrastró hacia ella. Todo sucedió una noche de verano. Acompañados de las estrellas, mis amigos y yo, viviéndo y disfrutando de los maravillosos momentos de la vida, conversábamos, discutíamos sobre lo que nos depararía el futuro, un futuro entonces tan lejano, y tan próximo ahora. Aún recuerdo cuándo mis padres, antes de salir de casa, me repetían una y otra vez que no llegase tarde. Que me lo pasara bien al lado de mis amigos y que disfrutara de ese día. Mi padre, despidiéndome desde el salón, con su ademán de despedida, y su ''ten cuidado'' más sincero. Y mi madre, ofreciéndome un beso tan profundo y cariñoso en mi mejilla, que su efecto, borracho de ternura, duraba hasta que de nuevo, me obsequiase con otro. El evento, fue programado mediante Facebook, una red social, ya arcaica, como el romatincismo, pero que tuvo varias décadas de resplandor. Aquel año, algo combulso, en el que se habían dado varios fallecimientos, como el de la gran Whitney Houston, y tantos resurgimientos de nuevas divas, como Adele, que ya descansa en su hogar londinense, rodeada de sus nietos, yo estaba emprendiendo un nuevo viaje, antes desconocido para mí, pero tan cercano como profundo. El viaje del amor.









Lo había visto muchas veces reflejado en caricias, muestras de afecto, en las películas, en los adultos, en mis padres. Pero era la hora de que mi parte del árbol de la vida, madurase. Y ese proceso comenzó cuando en la playa del Postiguet, tuve la oportunidad tan apreciada de conocerla a ella. ''Mi nombre es Rebecca'', me dijo. Nervioso e impaciente, me acerqué a ella, y luché contra la barrera que antes me hubiese impedido hacerlo. Sus ojos, color esmeralda, relucían como el flujo del mar, aparentemente inmóvil, a la luz de luna. Podía ver los prados vastos y glaucos de la Irlanda profunda. Aunque también los montes del norte, fríos pero cálidos en sentimiento, de mi España. Lo único que se me ocurrió decir, fue un simple ''hola'', seguido de mi nombre. Me hubiese gustado habérle dicho algo más, pero posiblemente, no hubiera ocurrido lo sucedido. Y en efecto. Mi simple, natural e inmediato saludo, recibió recompensa. Ella sonrió, y entonces se paralizó el tiempo. No sé si lo hice yo, pero quería que no se fuese demasiado rápido ese maravilloso momento. Tenía miedo de que se borrara de mi retina. Quería que quedase impregnado en mi mente, al igual que ese día. El día que enfrente del sonsoneo incesante de las olas rompiendo y desgastando su energía contra la costa, la luna radiante simulando una coqueta y sencilla sonrisa, y con la música, I Can't Help Falling In Love, de Elvis Presley, me enamoré por primera vez de alguien. Aquellas palabras de mis padres ''pásatelo bien hijo'' fueron escasas. Os puedo asegurar, que no solo me lo pasé bien, sino que fue el mejor día de mi vida.

A partir de entonces, todo pasó volando. Acabé la carrera, y pronto sería lo que he sido, catedrático en Hispánicas. Mi sueño de viajar a Nueva York, se cumplió, y afortunadamente, en muchas ocasiones, pues solía volver cada Navidad , para recibir el fin de año al son de Frank Sinatra y su New York, New York. Mi sobrina creció como la espuma, y se convirtió en una mujer hecha y derecha. Igual de hermosa e inteligente que su madre, a la cual, no he tenido la oportunidad de ver, desde hace un tiempo. Aunque, también hubo penas, como la despedida de mis padres, pues se dirigían hacia el prado místico, donde la senectud  se vuelve juventud, descansándo joven eternamente. Ellos fueron los que me enseñaron todo lo que sé. Me inculcaron como sembrar y recoger cosas buenas y de provecho, que me servirían a lo largo de la vida. Y no se equivocaron. En realidad, nunca lo hicieron. Todo lo que sus fauces derrochaban, eran consejos acertados y sabios. La idea de no tenerlos a mi lado fue dura y cruel. Nunca me había imaginado sin mis padres. Ellos fueron la fuente de la que beber, y con la que calmar mi sed de dudas. Su recuerdo siempre permanecería vivo e incandescente, imposible de fundirse con el paso del tiempo. Aún así, todo fue más o menos ameno, gracias a mi mujer. Fueron unos años encantadores, acompañado en todo momento de Rebecca, quien me aconsejaba y apoyaba en todo lo que hacía. Entre nuestras tareas, juntos bordábamos nuestro camino en la vida. Un camino que se volvió triste, negro e innacesible. Ese día tormentoso se avecinó, y con él, un cancer de pecho.









Creí que nadie ni nada, podría nunca estropear nuestra felicidad. Aquel cancer quebró nuestro ejes. Lo primero que hice fue darle ánimos, trnaqulizarla y convencerla de que la tecnología actual no era como la de la primera década de este siglo XXI. Le estaba desmotrando que la tecnología había avanzado, y con ella, la medicina. Y en verdad, no le estaba mintiendo. Todo había avanzado como el paso del tiempo. Rápido y silencioso. Pero todo era efectivo cuando se cogía a tiempo. El cancer de Rebecca estaba ya muy avanzado, y su luz se acabaría apagando de un momento a otro.

Fueron dos años complicados, completos de revisiones, terapias... Pero ninguna dio resultado. Lo único que hacían, era ampliar el plazo de vida de mi mujer, un poco más. Me culpaba a mi mismo. Alomejor, si la hubiera llevado al médico, se lo hubieran diagnosticado a tiempo. Había visto en la televisión como, con tres días, se podía curar un cancer de este tipo. Pero no tan avanzado. La mirada de angustia y de dolor, cuando mi mujer se obserbava desnuda frente al espejo, me volvía enfermo y lleno de dolor. No podía verla sufrir.










El final de la lucha llegó y la enfermedad tuvo su triunfo. Rebecca me había dejado para siempre, llevándose una parte de mí al otro mundo.  Ella había sido mi todo y viveceversa. Éramos almas gemelas, enamoradas la una de la otra. Amantes y amigos. Fuimos inseparables, fusionados con el lazo más fuerte que jamás podía existir, bordado con el afecto, el respeto, la admiración y el cariño. Era yo como el girasol maduro, que sigue al sol incesantemente. No hay día ni noche, que no me acueste o me levante, recordándola... Repitiéndome a mi mismo, que ella fue mi primer y último amor.